De acuerdo al Mapa de Mujeres en Política 2019, elaborado por la Unión Interparlamentaria y la ONU–Mujeres, solo el 5.2% de los Jefes de Gobierno eran mujeres. Este porcentaje refleja que aún estamos muy lejos de lograr eliminar las barreras históricas respecto al rol y participación de la mujer en la política. Estas barreras culturales e ideológicas han impedido demostrar que las mujeres somos tan capaces como los hombres de asumir posiciones de alto nivel. Continuamos normalizando la inequidad de oportunidades que tradicionalmente existen en las sociedades.
Como un factor inspirador, corresponde visibilizar el gran trabajo y la capacidad de mujeres líderes como: Mette Frederiksen, Primera Ministra de Dinamarca; Angela Merkel, Canciller de Alemania; Tsai Ing-Wen, Presidenta de Taiwán; Jacinda Arden, Primera Ministra de Nueva Zelanda; Katrín Jakobsdóttir, Primera Ministra de Islandia; Sanna Marin, Primera Ministra de Finlandia; Erna Solberg, Primera Ministra de Noruega; así como Silveria Jacobs, Primera Ministra de San Martín.
Estas mujeres han sido exitosas en su gestión frente a la necesidad de atender y controlar la crisis sanitaria mundial que estamos viviendo. La acción inmediata de contención, empatía y fluida comunicación con su gente, a través de mensajes claros y directos a la población, son muestra del buen manejo de la crisis. Las medidas adoptadas, en primera fase, en estos ocho países han obtenido resultados significativamente más efectivos frente a las medidas aplicadas por sus pares hombres en otros países. En mi opinión, no es casualidad que el factor común en estos casos de éxito sea que la gestión ha sido liderada por mujeres.
Esto nos lleva a reafirmar la importancia de contar con la participación de mujeres en la vida política. Debemos tener en cuenta que la participación política es un instrumento para la construcción de una ciudadanía en el que hombres y mujeres asumen un rol activo en la construcción de una sociedad democrática. Considerando que la problemática de las mujeres tiene una agenda especialmente distinta, es fundamental que estemos representadas en los cargos públicos de alto nivel en una proporción suficiente que permita visibilizar dicha problemática. En el caso peruano —y el de muchos del mundo— las mujeres aún sufren de discriminación en los salarios, barreras de género para acceder a puestos de liderazgo, el estigma de su “falta de compromiso” con la empresa por la carga familiar inequitativa, acoso en los centros de trabajo, altos índices de violencia doméstica, entre otros.
Esta problemática debe ser continua y activamente visibilizada así como atendida por el Gobierno, principalmente aprobando reformas o marcos legales adecuados para su correcta y efectiva aplicación. Es aquí donde la participación equitativa contribuiría a que las políticas que se implementen abarquen de forma más completa los intereses y necesidades de toda la población haciéndola inclusiva. Sólo así, se construirá una sociedad más justa que brinde igualdad de oportunidades tanto a hombres como a mujeres. Sin embargo, a pesar de ser conscientes de la importancia de la paridad en la representación y de los avances logrados hasta hoy; en el Perú actualmente las mujeres aún tienen poca participación política de alto nivel.
Solo para recordar algunas cifras, en las últimas elecciones Regionales y Municipales del 2018, solo el 4.9% y 3.6% de los cargos de Alcaldesas Distritales y Provinciales fueron ocupados por mujeres, respectivamente. Si bien en el plano ejecutivo las cifras parecen ser mas alentadoras porque actualmente el 38.89% de mujeres conforman el Gabinete Ministerial; en el Congreso el porcentaje de participación femenina es de 27.5% lo que aún no es significativo. Debemos resaltar que nunca hemos tenido a una mujer en el cargo presidencial, a pesar que de acuerdo al último censo nacional, las mujeres representan el 50.8% de la población. Como vemos las actuales cifras de representación política son, por decir lo menos, desproporcionadas.
Una de las tantas explicaciones de esta realidad es que mientras no nos alejemos de los roles tradicionales de género y reforcemos la educación y competencias en igualdad de género, no llegaremos a la paridad.
Aún en pleno 2020, en la gran mayoría de hogares, las tareas domésticas, el cuidado de los hijos, alimentación y el manejo del hogar recaen principalmente en las mujeres, pues es lo “tradicionalmente” correcto y esperado. Es decir, muchas mujeres tienen que hacer malabares para poder lograr un balance entre el hogar y su realización profesional. Objetivamente, las mujeres tienen que esforzarse el doble para poder conseguir sus objetivos profesionales. Esta realidad es una clara desventaja de las mujeres frente a los hombres, pues tienen menores posibilidades de acceder a educación y a oportunidades para su desarrollo profesional. Tradicionalmente, las condiciones no son favorables para el desempeño profesional de la mujer.
Otra sería la historia si las mujeres de hoy y las futuras generaciones logramos tomar conciencia que la carga del hogar se distribuye de forma equitativa. El hombre no “ayuda” simplemente cumple con sus obligaciones parentales. Sólo así contribuiremos a que mayor porcentaje de mujeres tengan condiciones más favorables para desarrollarse profesionalmente.
El camino es largo y no cabe duda de que estamos en el trayecto hacia una paridad en la representación pero queda en nosotros, como sociedad, romper estas barreras estructurales, desprendernos de los roles tradicionales y sentar las bases para empoderar a las siguientes generaciones aunque los resultados logren notarse en el largo plazo.
Rossana Natteri es abogada por la Pontificia Universidad Católica del Perú; socia responsable del área inmobiliaria del Estudio Olaechea; y miembro del Comité Directivo de Women in the Profession—WIP desde 2016.