Opinión sobre el impuesto a las ganancias
Era 1932 y crecía la inquietud por el déficit del fisco en el gobierno de facto de José Félix Uriburu. Como en tantas épocas de la Argentina, el presidente le encargó a su mano derecha económica resolver el desequilibrio. Raúl Presbich, secretario de Hacienda, tuvo una idea: gravar el rédito.
No fue ningún invento, en realidad. La anticonservadora propuesta para el momento histórico ya había sido aprobada en otros países vecinos, como Brasil y Chile.
Así nació el Impuesto a las Ganancias, aunque en la Argentina no tocó el bolsillo de los trabajadores hasta 1973, cuando Juan Domingo Perón, nuevamente en aprietos financieros, decidió extender las categorías existentes para contemplar las ganancias del trabajo personal.
Sin embargo, no fue hasta hace algunos años que, según especialistas, el impuesto se popularizó. “Quince años atrás solo un grupo selecto de la sociedad lo pagaba. Los estratos más altos, pero no la clase media. Hoy es un impuesto general debido a que el sistema previsional se agudizó”, asegura Fernando López Chieza, tributarista del estudio Lisicki Litvin & Asociados.
Los datos oficiales evidencian el crecimiento en la cantidad de contribuyentes: el porcentaje de trabajadores, jubilados y pensionados que pagan el impuesto a las ganancias creció 90% en los últimos cinco años. En 2015 contribuían 1.194.149 personas, mientras que en 2020 la cifra se acercó a dos millones y medio.
A casi 100 años de la implementación de este impuesto, que fue creado como un gravamen de emergencia, temporario y por decreto, Ganancias es el segundo tributo en el podio de los que más ingresos le otorgan al Estado en numerosos países de Latinoamérica, como la Argentina y Chile.